domingo, 30 de diciembre de 2012

366 días.

El 31 de diciembre es la fecha catalogada de manera no oficial como el día para hacer balance personal de todo lo vivido durante un año, 365 días. Y en el caso de 2012, 366 días. No de hacer un balance completo de todo. La economía sigue igual o peor si cabe, todo el mundo se sigue quejando por todo (y con razón en la mayoría de casos), sigue existiendo el hambre, la pobreza, la riqueza, los políticos corruptos y los cantantes haciendo playback en programas especiales de televisión. Pero no. Hablo de nosotros. De pensar solamente durante un día en nosotros, de pensar si nuestro año ha sido bueno, malo, extraño, diferente, divertido, o único. Es el momento de poner en una balanza todo lo acontecido, y decidir cual de los dos lados pesa más. 

Te das cuenta al utilizar esa balanza de todo lo acontecido, tanto bueno como malo, y de cómo todas esas cosas han hecho que el 2012 comenzase de manera completamente diferente a como ha acabado. De personas que el 1 de enero estaban y el 31 de diciembre no, y viceversa. De relaciones que existían y ahora no, y al revés. De lo que no hubo ni a comienzos de año ni al final, pero sí durante él. 

Y es que nuestra vida, nuestros días, se ven influidos básicamente por nuestro entorno, nuestras personas. Porque una acción que pueda cometer alguien puede cambiarte completamente. Las palabras de una persona un día suelto que se convirtieron en palabras continuas diarias. Las discusiones fortuitas que pudieron pasar a una rutina de imposible entendimiento. Los besos esperados convertidos en besos diarios. Los besos diarios convertidos en recuerdos pasados. 

Es abrumador. Es completamente abrumador pensarlo. Hay montones de cosas que nos han ocurrido, que nos han cambiado, que nos han hecho sentir, pero hay unas pocas contadas que son las primeras que se nos han podido venir a la mente al pensar lo que ha cambiado todo durante un año. Incluso cosas que puede que ahora y hace 365 días (o 366), no tuvieran relevancia, pero que sí la tuvieron en cierto momento dentro de este periodo de tiempo. Hechos comenzados y terminados en el mismo año. Hechos importantes. 

No nos vamos a acordar de la ropa que decidimos ponernos el primer día del año o de la pelea que tuvimos cierto día por una mala interpretación de un comentario. Nos acordaremos de aquellos que son importantes, y de los que no lo son pero lo fueron. 

La verdad, 2012 ha sido un buen año, a pesar de todo lo malo. Por los buenos momentos, y lo que perderlos y sufrir por ello nos ha enseñado. Por haber aprendido de todo ello, y haber crecido como personas, de la manera que sea. Por los cambios. Los cambios malos, los buenos y los inusuales. Por habernos sorprendido con el comportamiento de las personas, y el nuestro propio. Por habernos dado cuenta de lo que somos. Porque nadie podía imaginar hace un año que 366 días después tantas relaciones hubiesen cambiado tanto. Porque no podíamos imaginar que 366 días después seríamos personas un poco más diferentes a lo que éramos antes. Por todo ello, ha sido un año bueno, malo, extraño, diferente, divertido, único. 



Feliz año nuevo.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Armonía, melodía, poesía, ritmo y silencio.

Un acorde en música es algo muy sencillo, aparentemente: hablando de acordes simples, las triadas,  tres notas. Tres notas que suenan a la vez y que crean una armonía. 

Dicho de manera sencilla, esta armonía viene dada porque esas tres notas tienen una relación entre sí, y pertenecen a una misma escala. A este acorde le puede continuar otro, y otro, y otro, y entonces surge una composición armónica, mucho más complejo pero con sentido unitario. A estos acordes simplones se les puede añadir (o no) más notas, y cobra cada vez más sentido y fuerza.

Entonces aparece la melodía y se coloca sobre la armonía. Es decir: un pianista se pone a tocar un acompañamiento sencillo de acordes, y de repente comienza a cantar, a contar algo, algo que se ha apoyado previamente en los acordes principales.

Pues bien, las personas son como la música en cierto modo. Por ejemplo: dos personas se conocen, cogen confianza, tienen a sus amigos en común, y todos entre ellos forman un grupo: la escala. El conjunto de notas que va a funcionar en común. Lo que va a hacer que todo tenga sentido. 

Esas personas, esa escala, van a formar relaciones, recuerdos, momentos. Los acordes. Todos se ponen en común para crear una historia, para forjar unas relaciones entre ellos. Y ahora es cuando contamos una de todas las cosas que ocurrieron. La historia principal de las dos personas que se conocieron y que formaron parte de ese grupo, la melodía. La melodía es aquello que creemos que escuchamos, cuando realmente es solo una pequeña parte de todo lo que podemos oír. 

La melodía da la historia principal, la escala ofrece una serie de emociones, los acordes dan estabilidad, la rapidez aporta calma o inquietud, la intensidad da emoción, y los silencios a veces no esconden nada, sino que lo dicen todo.

Cuando escuchamos la canción no estamos escuchando tan sólo una letra cantada, o una sucesión de notas aisladas. Lo que realmente sentimos es toda la canción. Estamos escuchando un conjunto entero de armonía, melodía, poesía y ritmo. Y si una de esas cosas cambian, un acorde durante el estribillo no está, o falta una cadencia al final de la composición, la historia cambia. 

Y lo mismo pasa con las personas. Exactamente lo mismo. Porque nos cuentan una historia y nos la creemos, nos la creemos como tontos. Y criticamos, criticamos como si lo supiésemos todo, cuando no nos hemos molestado en saber toda la historia completa. No sabemos todas las personas que han influido en una historia, en una decisión, todos los hechos anteriores, todos los sentimientos que decidieron aparecer anteriormente y que nadie conoce. 

Que si cuesta tanto ser compositor y se valora tanto, será por algo. Que no podemos andar juzgando sobre algo que no sabemos. Que escuchamos la melodía sin querer sentir la armonía, y ese es, desgraciadamente, un error muy extendido. Que debemos escuchar incluso los silencios.