¿Sabéis esos juegos en los que llega un punto en que te dan dos opciones a seguir, siendo una la segura y otra la arriesgada? La segura sabes lo que es, sabes que es lenta pero correcta y nunca te va a defraudar. La arriesgada es una incógnita. Es una carta sorpresa, una caja con interrogación, un sombrero de copa misterioso de cuyo interior depende nuestro juego. Puedes perder o ganar directamente. Puedes quedarte atrás en la carrera o llegar el primero. Puede que no puedas seguir jugando, pero puede que consigas adelantar a quien eligió la opción más segura.
Pretendemos ser lo que no somos. Por lo menos en algo, y no podemos decir que no. Nos asusta el futuro y nos resguardamos en lo que creemos que debemos hacer. Pero pocas veces tratamos de hacer lo que queremos. Hay una pequeña (o gran) diferencia entre hacer lo que debemos y hacer lo que queremos, y como siempre, el deber gana al querer.
Debemos tener una familia, muchos hijos, no sentir nada más por nadie desde una temprana edad, vivir toda una vida con la persona que queremos, o que queremos querer. Tratamos de tener un futuro asegurado, algo que nos dé de comer, algo que nos haga vivir bien por el resto de nuestra vida. Queremos unos estudios, unos bien encaminados que nos hagan llevar la vida ideada para nosotros. No nos planteamos la posibilidad de que quizás, debemos hacer lo que queramos, lo que nos de la gana.
Vivir la vida perfecta, ajena a problemas financieros o sentimentales pero sin haber realizado lo que queremos, es caminar por un puente bajo el que no hay ningún peligro, pero que no lleva a ningún sitio. Arriesgarnos a conseguir dicha vida corriendo el riesgo de morirnos de hambre en el camino pero haciendo lo que nos llena realmente, es la otra opción: Coger el puente que cuelga sobre el precipicio infinito, pero que te lleva a tu destino en el camino. Puedes tropezar, caer, no llegar nunca. O puedes llegar al final, y puede que el primero.
La mayoría de nosotros solemos optar por el puto camino seguro, pero aunque sea tan solo de vez en cuando, quizás debamos arriesgar. Coger la carta sorpresa, abrir la caja con interrogación o echar un vistazo a la copa del sombrero.
martes, 28 de febrero de 2012
viernes, 10 de febrero de 2012
¿Qué se siente al tener que mirar siempre hacia arriba?
Los mayores ya no recuerdan lo que era ser niño.
Por mucho que digan lo contrario.
Ya no lo recuerdan, creedme.
Lo han olvidado todo.
Lo grande que les parecía el mundo entonces.
Lo difícil que podía resultar subirse a una silla.
¿Qué sentían, al tener que mirar siempre hacia arriba?
Lo han olvidado.
Ya no lo saben.
Tú también lo olvidarás.
A veces, los mayores hablan de lo bonito que era ser niño.
Incluso sueñan con volver a su infancia.
¿Pero con qué soñaban cuando eran niños?
¿Lo sabes?
Yo creo que soñaban con llegar a ser adultos por fin.
Por mucho que digan lo contrario. Ya no lo recuerdan, creedme.
Lo han olvidado todo.
Lo grande que les parecía el mundo entonces.
Lo difícil que podía resultar subirse a una silla.
¿Qué sentían, al tener que mirar siempre hacia arriba?
Lo han olvidado.
Ya no lo saben.
Tú también lo olvidarás.
A veces, los mayores hablan de lo bonito que era ser niño.
Incluso sueñan con volver a su infancia.
¿Pero con qué soñaban cuando eran niños?
¿Lo sabes?
Yo creo que soñaban con llegar a ser adultos por fin.
Cornelia Funke, El Señor De Los Ladrones
sábado, 4 de febrero de 2012
Those who smoke cigarettes and listen to rock ‘n’ roll music.
“We were
the chosen rejects. We chose not to be apart of the popular crowd. I mean, I
can remember a lot of times the more popular people, the ‘jock type’ of people
who were into sports, and staying clean, and brushing their teeth all the time,
they always asked me if I wanted to join their little club, and I decided not
to, you know, I would rather hang out with the people who didn’t get picked for
the baseball team, you know, who smoke cigarettes and listen to rock ‘n’ roll
music.”
Kurt Cobain.
jueves, 2 de febrero de 2012
Como un camaleón.
No sabemos nada. Claro, que siempre es una manera de hablar. Sí que sabemos ciertas cosas. Sé que 23 es más que 15, que el perro y el gato no se llevan bien, que durante el día hay sol pero por la noche no. Sé incluso hacer algún barullo de cuentas y algunos datos de historia. Pero no sé mucho más. En definitiva, prácticamente no sé nada. Ni yo, ni nadie. Unos reducen ese "nada" un poco más, pero al fin y al cabo es lo mismo.
¿No resulta frustrante? Hay miles de monumentos que nunca veré, miles de lugares en los que no estaré, y siempre habrá algo con lo que no me habré deleitado. Hay miles de personas que nunca conoceré. Qué digo miles... ¡Millones! No, no podemos conocerlo todo.
Y lo peor de todo no es no saber lo que están haciendo esas personas en la otra punta del mundo, no conocerlas nunca, o no saber cómo se comportan. Lo peor de todo es darnos cuenta de que, por mucho que pensemos lo contrario, no conocemos lo que creíamos que sí.
Creemos que una persona es de una manera, que le llaman la atención una serie de cosas, que se enfada por otras. Que en ciertas ocasiones se comportará de un modo pero por lo general no, y cual camaleón, de repente cambia el color de su piel. Ya no. Ya no le gusta lo mismo, ni se enfada por lo mismo. Lo que antes le cabreaba ahora no, y viceversa. Entonces pensamos que cómo ha podido cambiar tanto, pero no nos damos cuenta de que, quizás, no haya cambiado. Quizás no la hayamos terminado de conocer, y es posible que ni siquiera hayamos empezado.
Esto nos demuestra una cosa, y es que tan sólo somos capaces de conocer algo: A nosotros mismos. Sabemos cómo somos, y eso nadie nos lo puede quitar por mucho que nos digan. Si eres alegre, que no te hagan estar triste. Si eres avispado, que no te digan lo contrario. si eres inteligente, que no te llamen imbécil. Si eres increíble, que cojones, eres mejor que todos ellos.
Y si realmente nos creemos lo que nos dicen los demás de nosotros, es que ni siquiera sabemos conocernos a nosotros mismos, y entonces seremos tan sólo un camaleón. Justamente, como todos los demás.
¿No resulta frustrante? Hay miles de monumentos que nunca veré, miles de lugares en los que no estaré, y siempre habrá algo con lo que no me habré deleitado. Hay miles de personas que nunca conoceré. Qué digo miles... ¡Millones! No, no podemos conocerlo todo.
Y lo peor de todo no es no saber lo que están haciendo esas personas en la otra punta del mundo, no conocerlas nunca, o no saber cómo se comportan. Lo peor de todo es darnos cuenta de que, por mucho que pensemos lo contrario, no conocemos lo que creíamos que sí.
Creemos que una persona es de una manera, que le llaman la atención una serie de cosas, que se enfada por otras. Que en ciertas ocasiones se comportará de un modo pero por lo general no, y cual camaleón, de repente cambia el color de su piel. Ya no. Ya no le gusta lo mismo, ni se enfada por lo mismo. Lo que antes le cabreaba ahora no, y viceversa. Entonces pensamos que cómo ha podido cambiar tanto, pero no nos damos cuenta de que, quizás, no haya cambiado. Quizás no la hayamos terminado de conocer, y es posible que ni siquiera hayamos empezado.
Esto nos demuestra una cosa, y es que tan sólo somos capaces de conocer algo: A nosotros mismos. Sabemos cómo somos, y eso nadie nos lo puede quitar por mucho que nos digan. Si eres alegre, que no te hagan estar triste. Si eres avispado, que no te digan lo contrario. si eres inteligente, que no te llamen imbécil. Si eres increíble, que cojones, eres mejor que todos ellos.
Y si realmente nos creemos lo que nos dicen los demás de nosotros, es que ni siquiera sabemos conocernos a nosotros mismos, y entonces seremos tan sólo un camaleón. Justamente, como todos los demás.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)


.jpg)